20. Cincuenta


Saco un pie de la cama y al doblar la rodilla, escucho una serie interminable de crujidos y chasquidos provenientes de todas las articulaciones del cuerpo. Lo primero que veo al ponerme de pie ante el espejo es que una parte de mi cabello espeso y oscuro empieza a abandonar mi cabeza sin previo aviso. No obstante, suspiro, me impulso a través de los días estudiando los esfuerzos, los cobros paulatinos del pasado ante los exabruptos que no parecían exabruptos.
Claro, por eso, un poco de resaca, me temo. Sin embargo, insisto y me voy con Aitana. Y es que no hay forma de dejar de hacer el ridículo, "ya no puedo disimular el aspecto trasnochado, ya no puedo erguir completamente la columna vertebral", el impacto de aquel golpe en la cervical me produce extraños vaivenes, y los vecinos lo saben, y los amigos de mis vecinos lo saben; el barrio entero baja la cabeza ante mi paso, pensando que será la última vez que realizaré ese recorrido que ya tantas veces he hecho a lo largo de los años.
Aitana sonríe, insistiendo en que mis molestias son pasajeras, cierra las piernas, acaricia mi cuello y sigue con su obsesión felina.
Largas uñas, nuevos y viejos tatuajes esparcidos por su espalda, brazos y piernas. Rayas de color negro y marrón oscuro sobre un fondo naranja y amarillo. Cuando me deslizo sobre su piel, parece que acaricio un pelaje, y apenas siente el roce, ella comienza a rugir desproporcionadamente para que retome el juego.

Ilustración de portada: imagen generada por Juan Carlos Vásquez.


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